Los tres pilares del Desarrollo Sostenible
Por: Jorge Emilio Sierra Montoya (*)
James Austin, profesor de la Universidad de Harvard y una de las máximas autoridades académicas en el mundo sobre Responsabilidad Social Empresarial, aborda a profundidad el tema del Desarrollo Sostenible, relacionado a su turno con la Sostenibilidad que muchos analistas prefieren al de RSE. Y, como buen académico, él es amigo de aclarar conceptos, antes de entrar en materia. Así, comienza por preguntarse qué es Desarrollo Sostenible (DS).
Ese concepto -aclara- viene sobre todo desde 1987, se amplió luego en la Cumbre de Río y ahora, veinte años después, fue tratado a fondo en la pasada Conferencia Río+20 (donde por cierto se precisó que los Objetivos de Desarrollo del Milenio sean, en adelante, Objetivos de Desarrollo Sostenible.
Y de inmediato formula su definición, como era de esperarse: “Desarrollo Sostenible es satisfacer las necesidades de las actuales generaciones sin comprometer las posibilidades de satisfacer las necesidades de las generaciones futuras”. Hay que atender, sí, a nuestras necesidades, pero sin afectar por ello a nuestros hijos y nietos.
“Vivir hoy sin matar el mañana”, precisa en forma gráfica, sencilla, para mostrar el compromiso que tenemos, que no podemos eludir, con quienes seguirán habitando el planeta, donde la supervivencia humana, y de la vida en general, está en peligro. Veamos por qué.
Al respecto, Austin recuerda la triple dimensión (económica, social y ambiental) que identifica a la llamada Sostenibilidad, fundamento a su vez del Desarrollo Sostenible. De hecho, insiste en la interacción de los tres sectores, lo cual da origen a otros conceptos, claves del desarrollo.
En primer lugar, que el desarrollo sea viable, gracias al equilibrio entre lo económico y lo ambiental; en segundo término, que sea equitativo, por el equilibrio entre lo económico y lo social, y por último, que sea vivible, por el equilibrio entre lo social y lo ambiental. Son tres círculos que se entrecruzan para dar como resultado el Desarrollo Sostenible.
¿Por qué no es viable?
Por desgracia, estamos lejos de alcanzar una situación ideal como esa. Al contrario, todo indica que las circunstancias del momento, bastante críticas en los tres niveles, hacen insostenible la vida en el planeta en un tiempo más bien cercano, según es fácil demostrarlo.
En efecto -observa Austin-, la presión del crecimiento económico y demográfico sobre los recursos naturales (agua, aire, fauna, flora…) es enorme, provocando un creciente déficit ecológico que salta a la vista al darse sobre todo en las últimas décadas, desde 1970, un fenómeno creciente y preocupante en grado sumo: los desechos industriales no logran eliminarse al mismo ritmo que se producen. Y como un año de consumo en la biocapacidad tarda año y medio de regeneración, la situación se vuelve insostenible a mediano y largo plazo. ¡No es viable siquiera a nivel económico!
Y en cuanto a los aspectos demográficos, ni se diga. La presión en tal sentido es también muy grande sobre los recursos naturales: a mediados del presente siglo, la población mundial superará los nueve mil millones de personas, estando hoy en siete mil millones; el 80% de la población vive (o sobrevive) en los países de menores ingresos, cuya mayor parte está todavía en edad reproductiva a diferencia de los países desarrollados, y la concentración en las áreas urbanas llega en América Latina al 70%, aunque en Colombia es del 82%.
Esto, sumado a los problemas económicos mencionados arriba, no es sostenible, ni por tanto el desarrollo -como ya decíamos- es viable. Un panorama bastante sombrío, en realidad.
Pero, ¿qué decir en materia de la equidad y “lo vivible”, los otros dos aspectos del Desarrollo Sostenible? La situación no es mejor, ni mucho menos. De nuevo la sostenibilidad del modelo en marcha sale mal librada, poniendo en grave riesgo el futuro de la humanidad.
¿Equitativo y vivible?
El actual modelo de desarrollo tampoco es equitativo, según Austin. Y es fácil comprobarlo, con varios indicadores en la mano: una minoría de países ricos consume el 80% de los recursos, mientras la mayoría de los pobres consume apenas el 1,3%, lo que explica en gran medida el hambre que reina por estos lados, donde también hay poco acceso a los servicios públicos, afectando la calidad de vida.
Peor aún: los países pobres son los que sufren la ecodegradación, con la correspondiente pérdida de biodiversidad, estimada en un 60% frente al 7% en los de mayores ingresos.
“Esto no es sostenible, ni es el progreso que buscamos”, insiste Austin de manera crítica, en tácita alusión a la biodiversidad que poseemos en Colombia, acaso nuestra mayor riqueza.
Y en cuanto a la relación entre lo social y lo ambiental, los problemas son evidentes, tanto por la citada pérdida de biodiversidad (¡son 22 mil las especies en vías de extinción, cada año!), como por su causa principal: el calentamiento global, manifiesto en un grado más de calor durante las últimas décadas, algo sin precedentes en la milenaria historia del planeta.
Se calcula, por ejemplo, que a fines del Siglo XXI el nivel del mar habrá aumentado de 18 a 59 centímetros en promedio, aunque en algunas zonas sería hasta de uno a dos metros, por fenómenos como el deshielo de los glaciares, y ni se diga sobre las terribles consecuencias económicas, según lo anticipó Stern al medir el impacto del calentamiento sobre la economía mundial.
Al parecer, se requiere 1% del PIB global para mitigar los efectos del cambio climático, pero de no hacerlo tendremos una recesión económica global, equivalente al 20% del PIB en el mundo. “Prevenir esa catástrofe es un excelente negocio”, comenta Austin sobre el alto retorno de semejante inversión que todavía está por verse.
Cuestiona, además, los elevados niveles de deforestación en países como Brasil, donde se estaría destruyendo ese colchón de seguridad ambiental que es la vasta selva amazónica, y ataca, por enésima vez, las emisiones de carbono por el efecto invernadero que generan, fuera de la erosión y el mal uso de un recurso vital como el agua, servicio del que carecen mil millones de personas en el mundo.
“Tenemos que producir más alimentos con menos agua”, dice al oído de los empresarios.
Y de las empresas, ¿qué?
¿Cuál es la relación del sector empresarial con esos problemas?, se pregunta Austin, señalando a continuación el proceso que se ha dado en tal sentido durante los últimos cincuenta años: en los 60, explotación de los recursos, con poca regulación; en los 70, obediencia a la ley pero en forma reactiva; en los 80, una actitud proactiva, reduciendo los costos; en los 90 llegó la ecoeficiencia, y desde el 2.000, búsqueda del Desarrollo Sostenible en el marco de la Responsabilidad Social Empresarial.
Al respecto, destacó el DS como un elemento estratégico, siendo lo ambiental la punta de lanza del movimiento mundial a favor de la RSE, concebida por él como una estrategia efectiva para que las empresas generen valor económico y social, síntesis por excelencia de su teoría.
Sobre las empresas de servicios públicos y comunicaciones, dice que son claves para lograr el Desarrollo Sostenible, cuya calidad depende precisamente de la calidad de dichos servicios, los cuales a su turno exigen del DS para tener éxito en sus negocios.
“La interdependencia es ahí obligada, incluso más que en otros sectores”, sostiene al tiempo que reclama una participación adecuada de estas empresas para la construcción de ciudades sostenibles, otro de los grandes retos que en su opinión debe enfrentar el mundo.
Las empresas tienen ahora la palabra.
(*) Director de la Revista “Desarrollo Indoamericano”, Universidad Simón Bolívar (Barranquilla, Colombia) – jesierram@gmail.com